La muerte siempre nos sorprende -aunque se haya anunciado- apuñala y más, desvela facetas desconocidas de personas con quienes se ha convivido durante años: avaricia, ambición, hipocresía. ¿Dónde está la querencia por el ser que yace sin vida? Los demonios que siempre nos habitan se cuelan entre los poros, se pisan y machacan por salir los primeros; llevan las secreciones a punto de desbordarse y están dispuestos a vencer aunque sea por un momento, batalla efímera, porque hay que retozar y recuperarse antes de volver con el amo. Es el momento de preguntarse, ¿quién es el que me agredió? ¿Conozco a la difunta, al sobrino, a la cuñada, a la cónyuge, a la hija? ¿Me conozco siquiera?
Una novela catártica, dolorosa en su renuncia, dolorosa en su asombro, punzante en el acto de contrición... pero sanadora.